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La caricia fantasma
He de reconocer que, cuando
despierto en el desierto de mis sábanas, acompañada de pelotillas y rastros de
autocomplaciencia, imagino que me traes el café a la cama, imagino que me traes
el agua a la cama, imagino que me despierto abrazada, imagino que hay un besito
en la nuca para darme los buenos días y hacerme sentir como que el mundo no es
una mierda, que no pasa nada, que está todo bien, que hoy me despierto
acompañada. Las manos que aprietan las muñecas, con seguridad, las manos
grandes, largas y enroscadas en torno a ellas; tus manos, esas manos o unas
manos podrían recorrer cada uno de los rincones de mi piel, unas manos que no
son estrechadas, ni tocadas, ni llamadas, ni usadas, las manos que son tan sólo
imaginadas, las manos cercenadas de sus dueños, como cada una de las partes, y
que siento como un miembro fantasma. El brazo que me arropa, el ombligo en mi
espalda, las rodillas flexionadas, los pies inquietos y hasta la sal en la
llaga y el dardo en el centro de la diana, todas ellas forman la figura del
fantasma que contiene miles de caras y ningún timbre en la voz, palabras
desentonadas.
Me pregunto, ¿cuál es mi
esperanza? Y es que creo que hay un límite que se traspasa entre la fantasía
erotizada y la esperanza romantizada. A
veces pretendo que todo esto no me importa nada, la mayoría de las veces no me
importa nada. Pero, a lo lejos, siempre queda esa pequeña hada que me recuerda
que no soy ni tan humana, ni tan animal, ni tan nada. La pequeña hada,
expectante por que tomes la posesión del juego, aprieta los puños cada vez que
te apropias de uno de esos dedos de una de esas manos y, como quien no quiere
la cosa, se acerca al play y juega a no darle nunca al botón. ¡El pinche
botón, púlsalo! Quiero escuchar Portishead de nuevo, comprobar si en todo este
juego aún queda alguna reason to be a woman.
Como si hubiera alguna razón o
alguna tendencia en ser una mujer, como si de mi jodido sexo se desprendiesen
los fluidos para categorizarme, como si de las entradas y las salidas de un
coño se pudiesen extraer las conclusiones pertinentes, como si los gemidos
pudieran ser un rasgo identificativos de mi feminidad, como unas piernas por
las que se ha pasado una cuchilla de afeitar. ¡Como si me importara! ¡Como si
de verdad me importara la cantidad de mujer que hay en mí -como si fuésemos un
estúpido porcentaje-, como si eso lo fuésemos a debatir y decidir en una cama,
en unas bragas, en un lenguaje y en una palabra!
Como si me importara que las uñas de mis pies sean garras, como si me importaran que tus sobacos huelan a cansancio y marihuana…
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